¿Qué pasaría si juntáramos las jotas y seguidillas castellanas, con la música rural estadounidense? La respuesta podrían darla Enrique y Roberto Ruiz Cubero, conocidos artísticamente como Los Hermanos Cubero.
Hermanando de manera natural, desinhibida y acaso también ingenua, la música de su tierra alcarreña con el country americano, Los Hermanos Cubero han inventado, posiblemente, un sonido nuevo con el que están dando mucho que hablar en los últimos tiempos en la escena del folk con denominación de origen ibérico. Un mundo a veces reticente cuando parece que alguien trastoca la esencias de la “música tradicional”, de raíz ibérica, inspiración popular y transmisión oral.
El eco musical popular de la Alcarria, de donde ellos proceden, se alía con el bluegrass de Kentucky, cuna de uno de los artistas que más reconocen que ha influido en su música, el mandolinista Bill Monroe, tal vez el inventor, o al menos uno de los pioneros que más difundió ese género, el bluegrass, en los años 30 y 40 del siglo pasado.
El otro pilar que sustenta el sonido de Los Hermanos Cubero se encuentra en la influencia del folklorista segoviano Agapito Marazuela que, con la dulzaina y tamboril castellanos, rescató a finales de la dictadura franquista las músicas tradicionales españolas de las garras de la Sección Femenina y Coros y Danzas que la llenaron de tópicos y que la habían condenado al recurrente concepto del “Tipical Spanish”.
En esa misión están Los Hermanos Cubero. Hace tiempo que en la escena del folk ibérico no aparece un grupo capaz de hacer eso que los expertos denominan cross over, es decir, “dar el salto de su circuito habitual y público natural, para captar y gustar a otras audiencias ajenas al mundo del folk y la música tradicional”. Los Hermanos Cubero tal vez puedan ser ese revulsivo. Ellos mismos lo anticipan en una de sus canciones con la frase “gustaremos hasta a los modernos de Madrid”.
En esa escena del folk ya les conocen mucho, no en vano, el año pasado recibieron el primer premio “Agapito Marazuela” en el apartado “Nueva Creación del Folklore”, acaso el máximo y más importante galardón que se otorga en España a las músicas de inspiración tradicional.
Les gusta denominarse “Cordaineros”, un concepto bautizado por ellos mismos como respuesta a los dulzaineros, que tocan la dulzaina. Porque lo suyo es, además de una voz, nada más que una mandolina, y una guitarra, es decir, “14 cuerdas de acero”, como también dicen en otra de sus canciones. La mandolina ejecuta las melodías de la dulzaina, y la guitarra marca el ritmo del tamboril: ese es el hallazgo de su música transformada.
Cuando no recrean composiciones tradicionales, sus letras remiten a la ingenuidad de la cultura popular. Tienen la misma forma de cantar al campo, a la luna, a los ríos, a los amores anhelados… que cualquier countryman norteamericano, pero hablando del Henares en lugar del Río Ohio; de jaras, guijos, encinas, olivos, trigales y enebros en vez de campos de maíz y algodón; de mieleros, corregidores y molineras en lugar de sheriff y chicas de rodeo. O del sistema ibérico como vía de comunicación, igual que un yanqui haría referencia a la celebre Ruta 66, esa autopista que recorre tantos estados estadounidenses de sur a norte.
Un solo disco en el mercado, “Cordaineros de la Alcarria”, y un montón de actuaciones por diversos festivales y encuentros del folk ibérico están empezando a convertirlos en lo que puede ser una leyenda; o, al final, otro intento fallido que se topa con orejas prejuiciosas, y que por ello se queden a las puertas del mainstream.
Los Hermanos Cubero quieren hacer ruido y hacernos bailar, que se enteren en toda España que ya están aquí, parafraseando de nuevo su canción ‘Hagamos algo de ruido’. Enrique y Roberto actúan de traje impecable, con sus vistosas corbatas, siguiendo el ejemplo de la portada de su único disco. Fuera del escenario, Enrique parece el cowboy de medianoche, con sus vaqueros ceñidos, enorme hebilla al cinto, botos de piel de serpiente y un llamativo Stetson sobre su cabeza; Roberto, sin embargo, parece un formal funcionario de cualquier ayuntamiento.
Pero tras esa dualidad se esconden unos auténticos músicos llamados a hacer una pequeña revolución. Son los hijos bastardos de Bill Monroe y Agapito Marazuela, un maridaje perfecto donde nada chirría, donde todo suena con naturalidad sin recordar para nada a otras fusiones recientes entre músicas de latitudes alejadas, fruto de productores megalómanos.
Texto: FERNANDO ÍÑIGUEZ.
Bueno bueno. Si señor!!! Pero cómo encuentras estas maravillas Betaté????
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