El texto esta en el nº125 de la revista "El Gurrión" |
Nos vemos en el cielo
9 de octubre de 2011.
Mi amigo Jorge Ballarín, natural de Campo y vecino de Monzón, me recoge a las siete y media de la mañana y enfilamos hacia la montaña. En la trasera de la furgoneta hemos acomodado dos bicicletas de rueda ancha. Vamos a pedalear un par de horas por la costera de Peña Montañesa. Pasamos Aínsa y paramos a almorzar en Casa Turmo, en Labuerda. Caen un par de huevos fritos con longaniza y jamón pasado. Y sendos carajillos, ¡ea! El deporte no está reñido con la gastronomía. Al revés. Subimos a Laspuña en el auto y descargamos las BTT. Hace un sol increíble aun estando el Pilar a tiro de piedra en el calendario. Este año, el asunto de las setas, mal.
En Casa Sidora, otro café. Los dueños son familia de Jorge y éste aprovecha la visita para encargar mesa y comida para las dos. Nos subimos a las “burras” y bajamos por la carretera hasta Aínsa. Giramos a la izquierda después del puente del Cinca y en la subida a El Pueyo de Araguás amanecen los primeros dolores de gemelos (en los míos, que los de Jorge son de cemento). Teníamos idea de pasar por Torrelisa, pero, enzarzados en una charrada, nos liamos en un cruce y acabamos en Araguás. No pasa nada: un camino bien señalizado nos devuelve a Laspuña. Excursión corta (para Jorge) pero satisfactoria. A pesar de la sequía, la montaña está preciosa. Enamora.
Son las doce y media y nos echamos un vermú en el bar Alternativa para hacer hora. No tenemos ni idea de donde para el mundo cotidiano de entresemana, ese que cada día se presenta más borde y peleón. Ya saben a qué me refiero. Bajamos a Casa Sidora y al entrar en el bar un tipo grandote y a primera vista simpaticón (al rato lo es todavía más) le suelta a Jorge: “Tú eres Ballarín, ¿verdad?”. Y mi amigo contesta: “Sí, y tú eres Pancho”. Y se abrazan. Sólo se habían visto una vez hace más de una docena de años. En Chile. En Punta Arenas. A un millón de kilómetros de Sobrarbe.
Pancho Ceresuela es hijo de emigrantes, de aquellas gentes que cogieron el montante a mediados del siglo pasado (o antes) y arrearon en busca de fortuna porque la madre tierra y las políticas de turno se mostraban rácanas (¿cómo es posible que uno no disponga de recursos para vivir en un lugar tan hermoso y pleno de vida y naturaleza?). A lo que vamos: un paquete de lugareños de la redolada de Laspuña, y de Viu, Besians y Campo, por citar otros pueblos, tomaron el camino de Chile amparados por pioneros que ya habían hecho huella (no entro en detallar este antecedente porque haría muy larga la narración y sólo quiero contar un “cuento”), y allí echaron raíces.
Un hermano de Jorge formó parte de ese equipo. Las cosas le fueron mejor que bien y se dedicó al negocio de la pesca (dirige una flotilla que captura centollas, creo). Hace unos años invitó a mi amigo a viajar a Punta Arenas, y allí se conocieron con Pancho. El segundo saludo de la pareja, en Casa Sidora y con culote de ciclista. Recovecos de la vida. El caso es que el hispanochileno gasta la misma dosis de simpatía que de palique, y entre cañas de cerveza y chupitos de “pisco” (extraño vermú) nos cuenta que ha grabado un vídeo en el que entrevista a los que marcharon allende los mares, y nos invita a “visionarlo” en la sobremesa (por supuesto, el cineasta aficionado dispone de ordenador portátil). ¡Jesús!, exclamo para mis adentros, esto se parece a la pareja de recién casados que te invita a café y te castiga con el reportaje de la boda. Y me pido un pacharán por si acaso.
Pancho enchufa el portátil, coloca el cedé y por la pantalla empiezan a desfilar hombres y mujeres de edad avanzada (canosos, enteros, dignos, valientes, fuertes, corajudos, amistosos, afables, admirables, cercanos…) que cuentan la aventura de sus vidas, el miedo que sintieron al marchar de la cuna y el que les atenazó al llegar a tierra extraña. Jorge reconoce a casi todos y se emociona. Yo miro de reojo y me voy liando cigarrillos de hebra, que el emboquillado anda muy caro. La verdad es que la cinta no se hace pesada. El “almodóvar” chileno sabe lo que se maneja, el muy truhán. Mezcla palabras, música, emociones, lágrimas y recuerdos y te engancha aunque la historia te sea ajena. Y por allí pasan los Domper, los Pons, los Ceresuela… (no pongo más apellidos porque mi cuento no va por aquí; ya me perdonarán los omitidos).
En estas, justo cuando iba a mojar la pega de un cigarrillo, sale un señor en pantalla y escucho que Pancho le pregunta: “¿Recuerda la partida, el momento del adiós?” (tal vez las palabras fueron otras, no me lo tengan en cuenta). Y el interrogado contesta (me vuelvo a tomar licencias): “Yo tenía doce años. En mi tiempo también marchábamos los jóvenes. Al llegar a Chile los familiares y conocidos nos escolarizaban, y el que valía para los libros podía seguir estudiando en la universidad. Mi madre se despidió de mí en la plaza de Laspuña. Me miró con los ojos llorosos y rota por dentro, me dijo que aquello era lo mejor porque en la montaña no había futuro, sólo hambre, y las últimas palabras que pronunció fueron: nos vemos en el cielo, hijo”.
No llegué a liar el cigarrillo. Se me cayó al suelo. “Nos vemos en el cielo, hijo”. Joder. ¡Qué desgarro para el corazón de una madre! El zagal no marchaba a la mili, ni a Francia, ni a un lugar a una semana de viaje en caballerías. No. Se iba a Chile. A un millón de kilómetros de Sobrarbe. Hace cincuenta o sesenta años. Sin concordes ni titánics ni móviles ni Internet. Despedida y cierre, chaval. Nos vemos en el cielo, hijo, porque ni yo voy a ir para allá, ni tú volverás en largo tiempo, y a mí no me queda cuerda para mucho rato. Qué duro. Qué madres. Qué montaña. Qué injusticia. Qué dolor. El de ella, sobre todo.
Me parece que a Jorge se le ha escapado una lagrimita (hace un mes que no fuma, pero se ha pedido una faria). Noto que se acuerda de su hermano. No se ven pero se quieren a muerte (antes de comer le ha llamado por el móvil y le ha informado del encuentro con Pancho). Y me cuenta que cuando el tato marchó a Chile, cada vez que el cartero se acercaba a la casa familiar de Monzón, en el barrio del Palomar, a su madre le daba un pálpito y rompía a llorar. Con el paso del tiempo, presentía al de la gorra antes de que saliera de la oficina de Correos. Madres. Siempre esperando. En la tierra y en el cielo.
(Para Pancho, para Jorge, para los que viven a un millón de kilómetros de Sobrarbe y Ribagorza y para Mariano Coronas. Para todos con admiración).
F.J. Porquet
Me alegro que os hayáis hecho eco de este texto aparecido en el último número de la revista El Gurrión. Porquet escribe muy bien y este artículo le ha salido bordado.
ResponderEliminarUn saludo.
Mariano Coronas
Como decía una vieja canción que no sé quién cantaba "cuánto trabajo para una mujer, criar los hijos y envejecer ..." Los trabajos de aquellas mujeres de no hace tantos años. La HISTORIA cotidiana hasta hace cuatro días. Triste y hermoso cuento.
ResponderEliminarMariano C:¡¡El Gurrión!!, revista de referencia para los Sobrarbenses y de obligada lectura.
ResponderEliminarGracias por no reblar durante tantos años.
Betato
Loré el dia que Pancho nos enseño el reportaje, y ayer leyendo el articulo tambien. es tal como lo cuenta , maravillosamente expilcado.La madre que se despedia del hijo era mi abuela Dolores, de la que todavia tengo garndes recuerdos a pesar del paso de los años.
ResponderEliminarChusi
Tengo que rectificar , no era mi abuela , era la abuela de Besians, hermana de mi abuela
ResponderEliminarChusi: Esta tarde he estado comentando esta historia con mi madre y me ha explicado una vez mas la situacion de "Tia Dolores" al quedarse sola tras la muerte de "Tio Pedro" y lo que sufrio al ver partir a los suyos a Chile.
ResponderEliminarAunque no tiene ni punto de comparación, al leer el escrito me he acordado de los ultimos años de mi abuelo y como le bajaban las lagrimas,cada vez que me volvia a Tossa de Mar.Siempre me despedia con la misma frase "Ninón en o cantón m'alcuentras si me quies tornar a beier".
¡¡No veas el nudo que se me hacia en la garganta!!... y se me vuelve a hacer al recordarlo.
Bueno prima, saludos , abrazos y nos vemos en Casa Sidora.
Betato
Un saludo desde Chile! Emocionante haber tenido el privilegio de contar esa historia ante el Embajador de España en Chile y la Directora General de la Ciudadanía Española en el Exterior con motivo de recibir para mí, pero ciertamente merecida por mi padre Antonio y mi abuela Dolores, la Medalla de Oro de la Emigración y la Encomienda de la Orden al Mérito Civil de SSMM. Que madres! Qué jóvenes! ¡Héroes sin duda alguna! Con el tiempo, qué abuelas, qué padres, qué emprendedores, qué ejemplos ¡extraordinarios!.
ResponderEliminarPancho Ceresuela