(Pepe Nerin, cura de Laspuña en la decada de los 70)
A PROPÓSITO DE LA VISITA DEL PAPA
El reciente viaje del Papa a Santiago y Barcelona ha provocado una serie de reacciones que no pueden dejarnos indiferentes a cuantos nos declaramos católicos en esta España de nuestros amores. Un viaje preparado al detalle por los organizadores del mismo y que provocó polémicas antes de realizarse, las cuales se centraron fundamentalmente a propósito de los gastos que iba a suponer, especialmente para el común de los ciudadanos a través de las ayudas públicas al mismo, y también disquisiciones acerca del número de personas que iban a acudir a los diferentes actos o que simplemente iba a atraer a las citadas poblaciones (expectativas que luego en realidad hubo que revisar a la baja) lo cual redundaría en beneficios producidos por la propaganda turística que ello acarrearía. El secretario de la Conferencia Episcopal Española realizó unas desafortunadas declaraciones subrayando el “negocio” (sic) que iba a suponer tanto en el orden material como en el terreno espiritual. El ambiente, por tanto, no era de indiferencia sino que más bien aparecía caldeado y la consideración de “negocio” al viaje papal no favorecía precisamente el carácter “pastoral” que se le daba desde las instancias eclesiásticas.
Y llegó el Papa. Pero antes de descender del avión, hizo unas penosas declaraciones comparando el clima de laicismo actual, propiciado por el Gobierno socialista, con el que existía en los años 30, años de la II República con un anticlericalismo militante que originó los desmanes que todos conocemos. Estas afirmaciones relatadas a los periodistas que le acompañaban fueron consideradas tremendamente injustas (no así por la jerarquía española y muy aplaudidas y “utilizadas” por los medios más conservadores para atizar con saña al Gobierno) ya que en la España actual la Iglesia Católica goza de una situación que para sí quisieran otras Iglesias o confesiones, con un reconocimiento oficial en la misma Constitución, con unos acuerdos Iglesia-Estado de 1979 que la sitúan claramente por encima de las demás y que incluso recientemente fueron “mejorados” en el terreno económico con la elevación del porcentaje de aportación del Estado al 0’7 %. Por otra parte, la televisión pública no escatimó medios para realizar la cobertura del viaje y el Papa fue recibido por los Príncipes de Asturias y el Jefe del Gobierno en funciones, y despedido por los mismos Reyes y el Jefe del Gobierno, éste recién llegado de un viaje relámpago a Afganistán para visitar y animar a las tropas españolas allí desplegadas.
A lo largo de estos dos días hemos podido ver a Benito XVI en los aeropuertos, celebraciones litúrgicas y recorridos callejeros en el llamado “papamóvil” (a excesiva velocidad, no sé si por motivos de seguridad o para cumplir con la puntualidad germana, que impidió que los ciudadanos de la calle pudieran verlo adecuadamente); se han escrito numerosos artículos sobre el mismo en los diversos medios de comunicación, su figura y actuación han estado presentes en numerosas tertulias televisivas, en cantidad de aportaciones de ciudadanos en Internet, tanto a favor como en contra del mismo, y se ha ido debatiendo en “caliente” el papel de la Iglesia Católica y de cualquier confesión religiosa en una sociedad oficialmente no confesional como la española, ocupando el término “laicismo” el centro del debate. A diferencia de lo ocurrido en su reciente viaje al Reino Unido en donde las palabras del Papa en sus diferentes intervenciones merecieron más elogios que otra cosa hasta el punto de considerarse como de “éxito” un recorrido que fue haciendo subir paulatinamente los elogios, las palabras del Papa en España (a excepción de las previas a su aterrizaje) no han merecido apenas comentarios, considerándose que se ha ceñido a lo de siempre: defensa del matrimonio tradicional entre un hombre y una mujer, condena del aborto, del matrimonio homosexual, etc. Aunque también hay que decir que fue muy criticado el pasaje en que habló del puesto de la mujer en el trabajo y en el hogar, mientras que no citó en cambio el trabajo doméstico del varón. Y también ha sido criticado el hecho de que no citó en ningún momento la crisis por la que estamos atravesando ni tuvo palabras de aliento para la población que peor lo está pasando a causa de ella. Lógicamente, los medios y círculos situados a la derecha del espectro político han salido en defensa del Pontífice frente a las duras críticas realizadas desde las restantes posiciones políticas, rechazando que a B16 se le tache de medieval.
Tras la visita, los dirigentes de los organismos oficiales, tanto civiles como eclesiales, han difundido la idea de que la visita papal ha sido un éxito. Da la impresión de que cada cual ha arrimado un tanto el ascua a su sardina. Así, por ejemplo, los dirigentes catalanes han destacado la importancia de que el Papa haya usado el idioma catalán en determinados momentos dándole de esta forma una amplia difusión y dimensión internacional, lo cual ha aumentado su autoestima y subrayado el carácter peculiar de Cataluña (algo que curiosamente no ha sido destacado en Galicia), mientras que los restantes obispos españoles se han felicitado por la claridad de su doctrina e incluso algunos especialmente por su condena del laicismo, como ya hemos señalado anteriormente. Se ha criticado desde diversos ámbitos más conservadores la ausencia del Presidente del Gobierno en la eucaristía de la Sagrada Familia, olvidando que un agnóstico o no creyente no está obligado (¡hasta ahí podríamos llegar!) a participar en un acto de culto o ceremonia religiosa propia de creyentes.
Pero no todos opinamos lo mismo y muchos, tanto entre los creyentes católicos como entre los que no lo son, nos hemos colocado en postura crítica no sólo ante el estilo de visita papal sino también ante muchos otros aspectos concomitantes. De ahí que me permita exponer humilde pero firmemente algunas consideraciones que he ido sacando:
- No estoy de acuerdo con este tipo de viajes ni con la parafernalia que le acompaña. Ya lo he expuesto en anteriores editoriales. A estas alturas, y tras los numerosos viajes al extranjero de los Papas, iniciados con Pablo VI, no es evangélico un viaje del obispo de Roma como Jefe de Estado, lo cual supone presentarlo como un actor poderoso en el panorama internacional y obliga a seguir un protocolo de visita oficial que moviliza a Reyes, Príncipes y Gobierno del país que lo recibe. Y eso aunque la visita se califique como “pastoral”. Por otra parte, sería considerado totalmente incorrecto y provocaría tensión e incidentes diplomáticos el hecho de que un Jefe de Estado extranjero expusiera en su visita numerosas críticas a diversos aspectos del país visitado (crítica a su laicismo cultural, a varias de sus leyes, etc.), algo que al Papa se le consiente sin que el Gobierno sea capaz de reaccionar y exponer su malestar.
- Me disgusta que traigan al Papa como a una atracción de multitudes, como a una superestrella del espectáculo. Lo cual provoca que se convoque a la gente para verle, para escucharle y para aplaudirle. Cuando uno viaja a otro país lo primero que hace es observar, admirar, escuchar, tomar buena nota (o fotografías), procurar salirse de los itinerarios trillados para descubrir nuevos aspectos menos publicitados, etc. Bueno pues resulta que el Papa hace (o le hacen hacer) lo contrario: no observa sino que es observado, no escucha sino que hay que escucharle a él, se deja llevar por los sitios oficiales sin manifestar su interés por ver otras realidades, etc. De esta forma, al no mezclarse con la población no puede animar a los creyentes porque sus palabras no están encarnadas en la realidad sino que son pronunciadas desde lo “alto”.
- No me gusta nada que el asiento del Papa se convierta en un trono, lo mismo en las ceremonias oficiales que especialmente en las celebraciones litúrgicas. ¿Por qué esta consideración monárquica y por encima de los demás en las concelebraciones con sus hermanos obispos y sacerdotes en lugar de situarse humildemente junto a ellos como el servidor de todos? Lo que hemos visto es de un culto a su personalidad totalmente aberrante.
- No me gustan detalles estéticos como sus muy visibles y carísimos zapatos rojos de la marca Prada. A diferencia de sus predecesores, B16 nos sorprende con sus gustos refinados y no sólo en los zapatos, lo cual no es precisamente un indicador de gusto por la pobreza evangélica.
- Me preocupan profundamente las informaciones acerca del interés preferencial del Vaticano hacia España como ejemplo para toda Iberoamérica en donde se concentran más de la mitad de los católicos de todo el mundo. ¿Significa eso que todavía se va a aumentar el control sobre nuestra Iglesia española para impedir el menor atisbo de supuesta heterodoxia y, al mismo tiempo, para actualizar su condición histórica de martillo de herejes, todo ello desde unos parámetros muy conservadores, dando ejemplo desde aquí al mundo de inflexible “ortodoxia”?
- Me indignó, como a tantos otros, la escena de las monjas fregando el altar mientras eran observadas, cómodamente sentados en sus asientos, por los varones cardenales, obispos y curas allí presentes. El machismo eclesiástico quedó manifiesto ante las cámaras de TV de todo el mundo, y no sólo por este penoso detalle sino por la inaguantable ausencia de mujeres entre los revestidos para la concelebración. Un mar de hombres dominando una multitud de “fieles” entre las que predominaban las mujeres, cuyo puesto, en palabras del Papa, parece que deba estar más en el hogar que en el presbiterio.
Y es que el personal de este ya entrado siglo XXI ya no traga cualquier cosa que se le presente. La sociedad española (y, por supuesto la mundial) ha ido avanzando en su autonomía secular, ha ido profundizando en los derechos humanos y no soporta este tipo de organización con estamentos jerarquizados que domina y ha dominado desde hace siglos la estructura eclesial. No acepta que nadie se presente como portavoz de una supuesta moral superior a la que todos deben someterse. No soporta la discriminación de la mujer, y en la Iglesia existe tal discriminación y encima se justifica nada menos que desde Jesucristo, convirtiendo en la práctica a éste en un machista, lo cual resulta a todas luces blasfemo. Lleva mucho tiempo escandalizada con todo esto de la pederastia, algo que antes no se atrevían a denunciar por temor a las represalias; se dice que los republicanos yanquis lo sacaron a la luz como venganza por la oposición de Juan Pablo II a la guerra de Irak, pero el caso, los múltiples casos, son tan aberrantes que no se entiende cómo la jerarquía católica no castigó adecuadamente a los culpables en su momento e incluso hizo lo posible para tapar estos desmanes. A este respecto, no es de extrañar que muchos acusen ya directamente a B16 por su responsabilidad en este terreno al haber sido durante muchos años responsable del ex Santo Oficio, y eso que el actual Papa al menos ha tomado la decisión (algo tardía, pero decisión) de ir hasta el final caiga quien caiga, frente a otros poderosos eclesiásticos que no parecen estar por la labor.
Aunque haya quienes consideran que hay actualmente una campaña contra la Iglesia, lo cierto es que el personal ya no se calla y señala con el dedo cuantos defectos o aberraciones observa en nuestra Iglesia. Y esto, gracias a Dios, no va a parar. Y si la Iglesia, encabezada por su jerarquía, no decide claramente revisar a fondo su organización y funcionamiento, si no emprende las reformas que inevitablemente necesita, van a gritar hasta las piedras y el personal católico legítima y mínimamente crítico va a emigrar a otras latitudes religiosas o de otro tipo. Que no puede ser que una sola persona, el Papa, concentre en sí mismo todos los poderes y que su opinión sea indiscutible. ¿En qué se apoya esto? En el Evangelio desde luego que no. Que no puede ser que lo mismo ocurra con los obispos en sus respectivas diócesis, o incluso con los párrocos en sus parroquias, al menos si hacemos caso del actual derecho canónico. Que la gente ya no aguanta eso, a ver si se enteran. Que nuestros dirigentes no pueden dar lecciones de democracia cuando la actual organización eclesial no lo es en absoluto, y no por decisión divina sino por abuso de poder humano. Que no puede ser que la Iglesia Católica (o más bien su jerarquía) se oponga sistemáticamente a cualquier avance científico relacionado con la biología, que sea un freno permanente, que se considere poseedora de la verdad y del bien, pretendiendo juzgar a los demás como si estuviera por encima de todos. Que no puede ser que sistemáticamente se nombre obispos a los clérigos conservadores o muy conservadores, recelando, por supuesto, de los que no van por esa línea. Que es intolerable el poder que han ido acumulando, porque se les ha permitido, las organizaciones religiosas más conservadoras (de las que luego nos hemos ido enterando de sus miserias y aberraciones). Que causa sonrojo el pensamiento único que se ha instalado entre nuestros obispos, incapaces los más abiertos no ya de exponer diferentes opiniones sino incluso de hacer la más mínima matización pública a lo que les marcan desde arriba.
Cada vez son más evidentes las contradicciones entre tantas formas y estilos eclesiásticos con el espíritu del Evangelio de Jesucristo. Y esto, señores míos, constituye un gran escándalo y destruye su credibilidad ante cada vez mayor número de personas que han ido acabando por considerar que lo de la Iglesia no tiene remedio y mejor dejarla en el rincón de lo desechable.
Otro estilo de viajes papales, o, ¿por qué no?, "mamales", es posible y necesario, como vengo indicando desde hace tiempo. Nos gusta que Pedro venga a visitarnos, pero del modo humilde y dialogante como lo hacía su predecesor en los comienzos del Cristianismo, reconociendo al mismo tiempo el pluralismo bueno, inevitable y necesario que se da entre los creyentes. Pero para ello es imprescindible que cambie el actual estilo papal y toda la parafernalia que lo acompaña, todos los intereses y ambiciones, toda la podredumbre que el mismo B16 ha denunciado en ocasiones en el interior de la Iglesia, toda la adulación que recibe por parte de eclesiásticos que al parecer están más atentos a su “carrerismo” (también denunciado por el Papa) que al bien de la sociedad y de la Iglesia. No nos podemos presentar ante el mundo vestidos de blanco impoluto cuando todo el mundo ha descubierto zonas muy negras en nosotros. Que ya nadie se deja engañar por apariencias publicitarias.
Pepe Nerín
12.11.2010
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