No se han cumplido todavía treinta años de la exclusión de la homosexualidad de la Ley de Peligrosidad Social (continuación de la Ley de Vagos y Maleantes), ni de la salida de los últimos homosexuales de las cárceles de Badajoz y Huelva, celebradas ya las primeras elecciones generales democráticas tras la Guerra Civil y aprobada la Constitución. Todavía está vivo el recuerdo de quienes padecieron persecución, maltrato y torturas en los Centros de Reeducación, personas que soportaron la represión franquista y que han sufrido la invisibilidad dentro del armario y el rechazo hasta bien entrada la transición a la democracia.
Con un arrojo hoy difícil de imaginar, lucharon por las libertades que hoy disfrutamos y por la igualdad legal que empezamos a disfrutar mostrándose simplemente tal como eran, creando espacios donde poder sobrevivir (que hoy tan alegremente se desprecian como guetos), o construyendo organizaciones propias en condiciones de extremo aislamiento.
Parece increíble comprobar que hoy en día esas personas que iniciaron la destrucción de aquellas dobles y triples cárceles, de aquellos armarios concéntricos, todavía no hayan sido valoradas ni reconocidas, tampoco en Aragón.
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