4 oct 2007
Y ME ENAMORE DEL MAR
Y ME ENAMORE DEL MAR.
Relato escrito por Rio Cinca. (Texto subido de la red www.latabernadelpuerto.es )
En un pequeño pueblo del Pirineo Aragonés, a las orillas del Cinca, por Primavera, bajaban los nabateros, y en un remanso junto al pueblo, justo antes del Entremón, donde se estaba construyendo “La Presa”, recalaban para recomponer las nabatas y acopiar madera.
Solían estar uno o dos días en aquella chopera, eran gente de Laspuña y Puyarruego, con muchas historias y vivencias adquiridas río arriba, río abajo, y allí bajábamos “os ninones” (los críos) a curiosear y sobre todo a escuchar aquellas historias que contaban.
Bajaban la madera al ferrocarril, a Monzón, pero algunos viejos contaban que antes bajaban hasta el Ebro y allí se juntaban con los almadieros del valle del Roncal, (la almadía era lo mismo que la nabata, pero en Navarra se llamaba así), y juntos, Ebro abajo, llevaban la madera hasta Tortosa, hasta el mar.
EL MAR, que maravillosa palabra, allí entre las montañas sonaba como a espacio infinito; en la escuela, el maestro nos había contado como era el mar y los barcos, pero no me había llamado la atención, en cambio contado por aquella gente, era emocionante; el mar, era como el Cinca pero muy grande, la otra orilla está tan lejos que no llega la vista, las montañas del otro lado no llegan a verse, solo se ve agua y cielo, hay barcos muy grandes como casas flotantes y olas enormes que se tragan a la gente. Aquellas historias producían en mi imaginación infantil tal inquietud, que no podía dejar de pensar en ello, una obsesión se apoderó de mí, quería ver el MAR, me imaginaba una inmensa corriente de agua y yo navegando en una enorme nabata, con una casa construida sobre ella y retorciéndose sobre las olas, como las nabatas por los rápidos, y gente cayendo al agua, tragadas por las olas, como pasaba en los rápidos cuando algún nabatero era tragado por los remolinos. Para mí el mar era un inmenso Cinca.
Sin darme cuenta, me había enamorado del mar, quería verlo, conocerlo, fue la primer obsesión de mi vida, a todo el mundo preguntaba por el mar, esperaba al año siguiente la bajada de los nabateros, de aquellos navegantes del río, para escuchar sus aventuras.
La primavera siguiente llegó y con ella los nabateros, y corrimos “os ninones” a verlos, estaban preocupados, era el primer grupo del año y se encontraban ante el Entremón, las obras de “La Presa” hacían el rápido mucho más peligroso, no se podía pasar, decidieron desarmar las nabatas y soltar la madera, para recogerla aguas abajo, pasados los rápidos, en el remanso de Ligüerre y allí volver a construir las nabatas, no estaban para historias. Los grupos siguientes vinieron preparados, desarmaban las nabatas en la chopera y las cargaban en camiones. Ese año no hubo historias, estaban preocupados, bajar la madera solo hasta allí no era rentable, el fin de los nabateros del Cinca había llegado. Y así fue, ya no volvieron a aparecer los nabateros.
En la actualidad y como tradición, por Primavera, bajan dos nabatas desde Laspuña hasta L’Ainsa.
Este triste acontecimiento no me hizo olvidar mi obsesión, al contrario, ya no quería que nadie me contara historias del mar, quería verlo, sentirlo, comprobar de primera mano todo aquello que yo imaginaba, y ese día había llegado, mis padres nos llevaban a los seis hermanos a pasar unos días al mar. Recuerdo aquel viaje como ir al fin del mundo, digno de las aventuras que aquellos nabateros habían incrustado en mi imaginación. El coche de línea hasta Barbastro, allí en “La Burreta”, así le llamaban a un pequeño tren que te llevaba hasta Selgüa, donde enlazaba con la línea de Zaragoza, y de allí a Zaragoza donde hicimos noche, al día siguiente al tren de nuevo, dirección Barcelona vía Caspe, el tren recorría la orilla del Ebro y desde la ventanilla iba imaginando las historias de aquellos nabateros por aquellas vueltas y revueltas del río. De vez en cuando un túnel me hacía despertar de aquel ensimismamiento, había que subir las ventanillas para que no se llenase de humo y carbonilla. En Mora el tren dejaba el Ebro y se dirigía hacia Reus, allí transbordo, otro trenecillo que me recordó “La Burreta”, pero eso si mucho más bonito y moderno, nos llevó hasta Salou. Era de noche cuando llegamos, ¡qué valor el de mis padres!. Seis hijos pequeños, cargados de maletas, dos días de viaje, y al llegar todos gritando “a casa no, a ver el mar”. Aquel largo viaje había aumentado la impaciencia por verlo, algo muy especial tiene que ser para haber hecho tan largo viaje, como íbamos a irnos a casa y dejarlo para mañana, imposible.
Salou por aquel entonces era un pueblo, aún había pescadores con sus barcas varadas en la playa, de la estación al mar no habría más de 300 m, mis agotados padres no pudieron resistirse, y con maletas y todo nos dirigimos al mar.
Mi corazón se aceleró, había llegado el momento, era una noche de Septiembre, hacía levante, el mar estaba revuelto, a medida que nos acercábamos a la playa, por aquel entonces silencioso Salou, se comenzó a oír un rumor, mi padre dijo “escuchar, ya se oye el mar”, paramos atónitos a escuchar. Un golpe seco daba paso al crepitar de una cascada que se extinguía poco a poco, y de nuevo el golpe seco y la cascada, una y otra vez, ojos y boca abierta en los más pequeños, casi sin respirar, alguien gritó “vamos”, y salimos de estampida dejando a mis padres con todas las maletas, cruzamos una calle ancha, el Paseo Marítimo y nos metimos en la arena, estaba muy oscuro, casi negro, una espuma blanca iba y venía, seguimos corriendo hasta llegar a la arena dura y mojada de la orilla, paramos todos en perfecta formación, nadie se movía, nadie hablaba, recuerdo el fondo oscuro, no veía que podía haber al otro lado. Cerca de la orilla, una montaña de agua se levantaba y caía dando un gran golpe, luego como un torrente de espuma corría hasta la orilla y subía hacia mí como intentando cogerme, perdía fuerza y regresaba al mar, y así una y otra vez. Aquello no se parecía en nada a lo que yo había imaginado, comenzaba a sentir una sensación de vértigo, la misma que cuando al cruzar el puente del Diablo en el Entremón, y me encaramaba al grueso murete de piedra a modo de barandilla, sentía al ver pasar el Cinca por debajo, desde aquella enorme altura, aquella corriente me llamaba, sentía que quería tirarme y al final huía de miedo, pensando que si hubiese seguido allí me hubiese tirado, pero siempre que pasaba volvía a hacerlo. Esa misma sensación sentía allí, las olas me llamaban, querían que entrase, y ser devorado por aquella enorme montaña de agua al caer, el ruido seco del golpe, cada vez me parecía más fuerte, se me estaba haciendo insoportable, estaba sintiendo el mismo sudor frío del puente del Diablo, estaba a punto de huir, cuando la voz de mi madre sonó preguntando, “¿qué os parece?”. No sé que estarían pensando mis hermanos, pero allí estabamos todos petrificados, en perfecta formación, aquella voz fue como un “rompan filas”, los más pequeños se agarraron a su falda, los mayores retrocedimos y empezamos a correr por la arena seca junto a las luces del Paseo Marítimo, mi padre desde el otro lado del Paseo, rodeado de maletas, nos gritó “vamos a casa, mañana vendremos a bañarnos”.
Aquella noche no podía dormir, intentaba recomponer todo lo que yo había imaginado, el mar no era como el Cinca, el agua no corría por la orilla, iba y venía como intentando coger carrerilla para salir del mar y anegar la tierra, estaba muy oscuro, quizás la corriente estaba más adentro, aquella visión nocturna del mar, en vez de aclarar mis ideas, llenó mi cabeza de temores y confusiones, deseaba que amaneciese para ver que era aquello de verdad, pensaba lo que había dicho mi padre, “mañana nos bañaremos”, y aunque imaginaba la ola engulléndonos a todos, estaba seguro que mi idea del mar estaba totalmente equivocada, mi padre no podía llevarnos a semejante peligro.
Al final debí quedarme profundamente dormido, recuerdo que cuando nos despertó mi madre, era media mañana, bajamos a la playa y por fin me enfrenté al mar cara a cara, las olas eran mucho más pequeñas, el agua estaba muy tranquila hasta donde alcanzaba la vista, era cierto, la otra orilla no se veía, el cielo se juntaba con el agua, ¿quién sujetará el agua por el otro lado?. Si no hay orilla, ni presa, el agua se saldrá, si no hay corriente, ¿quién empuja las nabatas de un sitio a otro?. Tímidamente entramos en contacto con el agua, con las olas, de pronto casi vomito, ¡el agua está salada, muy salada, no se puede beber!. Mi idea del mar se desmoronó, las historias de los nabateros eran mentira, me encontraba como perdido, necesitaba imperiosamente recomponer aquello, años soñando con el mar y ahora todo se venía abajo.
Pronto descubrimos una especie de nabateros que con sus barcas salían todos los días a pescar, cuando regresaban acudíamos a empujar las barcas para sacarlas a la arena, intentaba escuchar sus historias pero no entendía lo que decían, hablaban catalán me dijo mi padre. Imagino que, aunque les debíamos estorbar más que ayudar, les hacíamos gracia, pues un día nos llevaron en la barca. Fuimos mar a dentro muy lejos, pasamos cerca de un barco de vela, como los que veía en los dibujos y nos explicó que no se movía por motor como la barca, que se movía empujado por el viento, y que iban de un lado a otro recorriendo el mar. Aquello me volvió a sonar a nabateros, aquí las corrientes no son de agua, son de aire, pero también te llevan de un sitio a otro, quizás no fueran tan mentira aquellas historias, quizás no supe entender lo que de cierto había en ellas, ese mundo de aventura, de naturaleza, de libertad, de espacio, de tiempo.
Pasaron los días, y recuerdo que de regreso al pueblo, y tras aquel imborrable encuentro con el mar, seguí soñando con él, con viajes en aquel velero de un sitio a otro, con tempestades y peligros, con lugares y gentes desconocidas. El maestro en la escuela nos contó el descubrimiento de América, y ahora si me llamó la atención, y soñé que era Cristóbal Colón en La Santa María. Mi pasión por el mar ya nunca se apagó, leí, estudié, volví siempre que pude, y soñé . . ., y soñé . . ., y soñé . . ., y en mis sueños siempre recordaba a aquellos nabateros del Cinca, que con sus historias me enamoraron del MAR.
Muchos años después, cuando por fin se pudieron hacer realidad algunos de mis sueños, y pude disfrutar de la inmensidad del mar, recordé a mi río, abriéndose paso entre las montañas, y amordazado por los pantanos, y cuando pude tener un velero, como aquel que vi en mi primer salida al mar, en su memoria y como agradecimiento, por aquellos felices años de mi infancia, le puse por nombre CINCA.
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Gracias por el relato. A pesar de haber descubierto las nabatas hace poco, el trabajo de esa gente me parece extraordinario. Quizá por eso, y por lo bien escrito que está, me he imaginado yo también ser ese niño que ve por primera vez el mar.
ResponderEliminarSi me lo permites, te voy a enviar una foto de las nabatas de Laspuña que hice no hace mucho.
Felicidades por el blog.
Bonito relato. Me viene a la memoria, como muchos de nuestra generación, cuando ibamos a la escuela y el maestro nos enseñaba el mapa de España uno de los primeros lugares que nos interesaba era saber donde estaba ubicada Tortosa ya que formaba parte de nuestro vocabulario familiar.
ResponderEliminarMe ha parecido un relato precioso, pero tengo una duda:
ResponderEliminar¿Esta historia a pasado de verdad, o es un relato que con el tiempo se ha ido creando?
Si es así me gustaría saber el nombre del autor.
Marta de casa ignacio
Respuesta a Marta:Intentare buscar la identidad del personaje del relato,pero no te puedo asegurar que lo consiga,sera una tarea ardua.
ResponderEliminarDesde la Asociacion Amigos del Batán, en Fiscal (Huesca),apreciamos el articulo "Y ME ENAMORE DEL MAR", nos gustaría publicarlo en nuestra revista ESPARVERO, de este mes de agosto. ¿Por favor, puedes contestarme al correo trinitariobar@yahoo.es?
ResponderEliminarSaludos, Trinitario.